Encendí la luz de la habitación, miré debajo de la cama, dentro de un cajón, abrí el armario con cuidado, salí a la sala, recorrí el comedor, la alacena y la bodega, miré al traspatio y en el estudio, llegué a la puerta de calle y antes de abrirla me detuve. No existen los monstruos, pensé, y regresé a dormir tranquilo. Afuera esperaban todos, escondidos tras cualquier árbol, con su propia incertidumbre por saber si existía yo.
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Günter Rojas
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